Su nieta, Ana Fernández Mosseri, escribió este texto para EL TIEMPO para honrar su memoria y narrar una vida apasionante llena de arte.
Hoy, jueves 25 de septiembre, me siento en el jardín de la casa que diseñó mi abuelo, el arquitecto Jacques Mosseri, solo para recordarlo. Podría darle el gusto al gremio de la arquitectura de escribir un homenaje técnico, honrando su icónico trabajo como la remodelación de la Biblioteca Nacional en 1976. O el de la plaza de Paloquemao con Dicken Castro en 1967. O los planes de ordenamiento de Barrancabermeja y Quibdó. Mi abuelo también fue arquitecto urbanista, y tuvo el honor de ser discípulo de primera mano de Le Corbusier, al que conoció en Marsella después de graduarse de la Universidad Javeriana en 1959.
Estas líneas las escribo con sumo cariño ahora para EL TIEMPO, el periódico que le dio un espacio en la sección Bogotá desde 1995 hasta el 2014, el año en el que publicó su última columna, y que nadie se perdía. Jacques fue un apasionado de Bogotá, abogó siempre por avanzar en su planeación urbana, defendiendo la reforestación y la preservación de materiales autóctonos. Pero es imposible hacerle un homenaje y hablar solo de su carrera. Mi abuelo, para los que tuvieron la oportunidad de conocerlo, más que un gran arquitecto, un fue gran ser humano. Era un hombre dulce, generoso, inteligente, y encantador.
Hoy -por eso- lo recuerdo sentada en el patio de su verdadera obra maestra: su casa. La casa que hizo para mi abuela, la artista Ana Mercedes Hoyos, donde construyeron una vida y un legado que hoy se convierte también en mi propósito y mi profesión.
Mi abuelo nació en Bogotá en 1936 en una familia judía proveniente de Salónica, Grecia, radicada en París. Se graduó del Liceo Francés, el mismo colegio en el que cursé la mayoría de mis estudios. En su juventud, como socio fundador del Teatro La Candelaria y protagonista de la vida bohemia del Bosque Izquierdo, conoció a mi abuela Ana Mercedes Hoyos. Y, tras un mes de apasionado noviazgo, a pesar de sus credos y de sus familias, se escaparon a Nueva York para casarse por lo civil en el City Hall. En 1969 nació mi madre, otra gran artista, Ana Mosseri, y fue el inicio de ese trío dinámico, mi pequeña familia.
Me atrevo a decir que la vida de mis abuelos es de película. Mi madre creció apadrinada por artistas como Manolo Vellojín y Momo del Villar, por el gran curador Eduardo Serrano (o “Fouché”, como le decía Jacques), y por galeristas como Alonso Garcés, al que mi abuelo le remodeló la icónica galería Garcés Velásquez, y Luis Fernando Pradilla, a quien aprecio mucho. Vivieron de fiesta en fiesta; el que conoce esta casa sabe que de aquí nadie sale ileso, algún residuo de hipersociabilidad quedó en mí. Mi abuelo fue un hombre de mundo, conoció a Alvar Aalto en persona, y su obsesión con Frank Lloyd Wright hizo que el Guggenheim se convirtiera en mi museo favorito. Mis abuelos pasaron la mitad de su vida en Nueva York, de loft en loft hasta asentarse en Soho. En Nueva York viví hasta este año, con la ilusión siempre de volver a lo que más los hizo felices.
Volví a Colombia hace un par de meses a inaugurar la tercera generación de este legado de mujeres en el arte colombiano. Mujeres que tienen la oportunidad de brillar, de convertirse en lo que quieran ser, de figurar por encima de cualquier hombre que tengan a su lado. Mi abuelo fue la fuerza detrás de mi abuela Ana Mercedes, fue su inspiración, su asistente, su compañero y su vida. Jacques fue siempre una fuente de conocimiento, creatividad y creación, y el trabajo de Ana Mercedes Hoyos es producto de la alianza y el amor que vivieron hasta el día de su muerte.
Pero Jacques fue también la fuerza detrás de mi madre, a quien acompañó los últimos once años hasta que ella encontrara su propio brillo. Y Jacques me acompañó también a mí y a mi hermana, quienes nos enfrentamos a una vida convencidas de que como mujeres somos capaces de lograr mucho más que cualquier hombre. Pienso seguido con ironía en la obvia expresión “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”, pero Jacques fue el gran hombre detrás de su gran mujer. Jacques, nos pones la cosa difícil, pues espero tener a mi lado un hombre que me permita encontrar mi luz y que me acompañe al éxito, de la manera en que llevaste tú a Ana Mer a brillar.
Agradezco a todas las personas que sobreviven a mi abuelo con sus mejores recuerdos: su hermano, su familia, sus amigos y todos aquellos que compartieron con él y lo hicieron feliz. Honraré en su casa siempre su memoria, su legado y su conocimiento.
ANA FERNÁNDEZ MOSSERI
Fuente: EL TIEMPO


